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A propósito de la Gran Belleza

Lo que podía ser una tarde más de cine, terminó sirviendo como viaje reflexivo hacia sitios a los que no había ido hace mucho tiempo viendo una película, por lo que admito que me dejó muy pensativo.

Quiero escribir sobre la Gran Belleza, una película que vi hace poco y que está dirigida por Paolo Sorrentino. Lo que podía ser una tarde más de cine, terminó sirviendo como viaje reflexivo hacia sitios a los que no había ido hace mucho tiempo viendo una película, por lo que admito que me dejó muy pensativo. Creo que esto sucedió porque la película tocó varios puntos al mismo tiempo, todos ellos relacionados con situaciones que actualmente rondan por mi cabeza. Uno de los principales fue la nostalgia, el tiempo y por supuesto el ser humano; en especial si se lo ve desde la óptica de la psicología, algo que supongo era inevitable. Sin pretender hacer spoilers, ni querer robar el gusto de ver la peli, creo que hay un punto transversal en la Gran Belleza: la sensación de que todo, absolutamente todo, termina. Algo que además tiene matices diferentes ya que el tiempo juega su papel dentro de este proceso. El escenario de la película es Roma, una ciudad milenaria, llena de monumentos que el tiempo ha machacado y deteriorado, exponiendo así sus miserias a la vista del mundo. Esto sirve para que todos tengan una especie de recordatorio de que todo se muere y se marchita, un proceso que en la ciudad tiene un toque especial ya que los romanos dejan que sus monumentos tengan esa verdad expuesta, no la maquillan. Este escenario es análogo a lo que la película, según lo que pienso, quiere exponer. El protagonista es un hedonista sibarita que tiene la sensibilidad como premio y creo que también como castigo pues su condena de ser sensible no le permite escapar de las cosas mundanas (Rey de los mundanos). A veces este personaje –Jep- intenta tener ciertos espacios de amnesia con sus fiestas y desmanes, pero siendo escritor sufre una crisis al cumplir 65 años: decide hacer otra cosa y buscar algo que le dé sentido a su sensible  y vacía existencia. De esta forma sus paseos por aquella Roma descrita anteriormente, y su capacidad de ver a través de las capas de disfraces, le convierte en una especie de profeta entre sus amigos, los cuales le idolatran y le mantienen firme en su ego explosivo y sensual. Es por tanto un seductor de sí mismo. Sus profecías son el comienzo de eso que él comenzó a reconocer dentro de su ser: el deterioro y la inevitabilidad de que la muerte llega y pudre todo lo que toca. Así, en sus círculos de diversión, la decrepitud de sus invitados hace ver que la máscara es a veces más repugnante que la verdad y que la realidad sin retoques, como aquel personaje “La Santa” que está decrépita y que por voluntad propia ha escogido la vacuidad absoluta. Jep intenta entender y, finalmente entiende, que las raíces (la “dieta” de la Santa) son importantes y que funcionan como metáfora de que la gran belleza -o el encuentro con ella- está dentro de uno mismo, por lo que habría que hacer es volver precisamente a lo básico, a esa raíz, fuera del camuflaje y el maquillaje. Todo esto como contraposición de esas capas que se han venido poniendo encima para ocultar lo inevitable: la muerte. Volver a ese instante de tu vida cuando eras frágil y verdadero, y saber que hay algo de esa belleza -esa gran belleza- es posible. Esto para mí es una alegoría de un proceso de cambio, una crisis que invita a la incomodidad y que despega todo lo vertiginoso que puede ser ese viaje que, por más que se disimule, siempre llega. Para aquellos que quieran llegar a disfrutar de este momento, deben saber que es necesario llorar, caer y tener miedo; aspectos humanos que al parecer aún hoy son vistos con reproche. Aprender a abrazarlos  y saber jugar con ellos es sano y equilibrado, esto es lo que nos hace humanos y por ende cambiantes y maravillosos. Como psicólogo invito a esta reflexión: el cambio desde la nostalgia, la crisis, la autenticidad y la sensibilidad son efectivos. Lo digo porque ahora mismo, mientras escribo, ya tengo esa nostalgia y quiero ir a ver el mar.  J. Ramón Carrillo

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