Vivimos en un mundo etiquetado ya que una etiqueta es una calificación identificadora de algo en cuanto a forma, tamaño, etc.; o a alguien en cuanto a su carácter, ideología, profesión…Así pues, las etiquetas están presentes en todos los ámbitos de nuestra vida: educación, trabajo, familia. Claro, esto también aplica cuando conocemos a alguien que acude al psicólogo, independientemente de las dificultades que presente. Ir al psicólogo o al psiquiatra ya tiene consigo una carga importante para la persona, especialmente de cara a nuestro círculo social.
Frecuentemente se nos critica a los psicólogos de esa “manía” que tenemos de diagnosticar a quienes vienen a nuestra consulta. Un diagnóstico que, en la mayoría de los casos, se acaba convirtiendo en una etiqueta con la que la persona se siente identificada. A diario acuden a nuestra consulta personas que se identifican como “soy depresivo”, “soy esquizofrénico” y justifican sus acciones en función de su diagnóstico o etiqueta. Dejan de ser Jorge, Luís, María…, se presentan directamente como “Soy depresivo”. Resulta muy relevante cómo a menudo la persona llega a integrarlo como autoconcepto de su propio ser.
Este tipo de etiquetas diagnósticas existen para poder comunicarnos entre profesionales, sirviendo también como una guía estandarizada a seguir, no estricta ni literalmente, porque no hay una persona igual a otra, como tampoco se dan los mismos síntomas en personas diagnosticadas de un mismo trastorno. Por ejemplo, cada persona tiene una definición distinta del concepto de “bondad” o de la “maldad”, entrando en juego la subjetividad del individuo, ya que esto depende de la percepción y de las experiencias vividas de cada uno de nosotros. Por este motivo, nosotros, los psicólogos, procuramos adentrarnos en la subjetividad del individuo, profundizando en su parte más afectiva y sintiente, dando sentido a su historia en particular y cómo esta está relacionada con el síntoma.
Si bien es cierto que el ejercicio de etiquetar tiene un propósito práctico, gran parte de las veces se hace un mal uso del mismo o simplemente, el propio diagnóstico no se argumenta o comunica de manera “asertiva”. En este sentido, el síntoma que muestra la persona se presenta como una generalidad del diagnóstico, ya que amén de lo anterior, cada persona vive su experiencia de manera distinta.
Debemos poder cambiar el “soy depresivo” a “me siento o estoy depresivo”.
Irene Soler
Etiquetas: El diagnóstico psicológico
Frecuentemente se nos critica a los psicólogos de esa “manía” que tenemos de diagnosticar a quienes vienen a nuestra consulta. Un diagnóstico que, en la mayoría de los casos, se acaba convirtiendo en una etiqueta con la que la persona se siente identificada