Los hábitos pueden ser una cosa o la otra, nuestro mejor ayudante o nuestra mayor perdición. Lo que los hace geniales, es también lo que los hace terribles. Todo depende de quién ostente el título. ¿Qué quiero decir con esto? Veamos.
Según la R.A.E., un hábito es un “modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Estos últimos serían los hábitos de tendencia innata, o instintos, según William James. Pero aquí nos centraremos en la primera parte de la definición, que es la que nos interesa.
Además, podemos agregar que a estos comportamientos que se repiten de forma regular los realizamos sin necesidad de llevarlos a cabo conscientemente. Son procesos interiorizados, asimilados, y automatizados.
¿Qué opina nuestro cerebro de los hábitos?
Nuestro cerebro es muy listo, y la ley del mínimo esfuerzo le atrae sobremanera. O sea, ¿para qué gastar energía una y otra vez en lo mismo, si puedo convertirlo en un proceso automático y dedicar mis esfuerzos a otra cosa?
Así pues, cuando nuestro cerebro percibe que algún comportamiento nos aporta algo y este se da la suficiente cantidad de veces, acabará convirtiéndolo en hábito. Por supuesto, hay hábitos más fáciles de adquirir que otros, los hay más complejos o más simples, que nos dan mayores o menores recompensas, o cuya recompensa es más o menos inmediata. De esto dependerá la facilidad con que se adquiera.
Ahora bien, para nuestro cerebro no hay buenos o malos hábitos. Simplemente hay un comportamiento que aporta algún tipo de recompensa. Por ejemplo, gritarle a mi hijo, aunque yo sepa que realmente no es bueno, me aporta la recompensa inmediata de que él me obedezca sin rechistar. Por tanto, le he comenzado a gritar cada vez que me veo sin tiempo para perder y necesito que me obedezca de inmediato. Como además he repetido este comportamiento varias veces, se ha acabado convirtiendo en un hábito.
¿Beneficios o perjuicios?
Los hábitos pueden reportarnos muchos beneficios más allá de la recompensa que aporte un comportamiento concreto. Nos aportan estabilidad, nos ayudan a hacer cosas con gran facilidad, y nos permiten mantener nuestra atención en otro pensamiento u acción.
A simple vista, todo parece muy bien, pero, ¿qué sucede cuando, como en el ejemplo anterior, el beneficio que se obtiene es menor a los perjuicios que nos causa el hábito? En estos casos, todas las ventajas que nos aporta un hábito se tornan en contra nuestra. Piénsalo. Poder hacer algo perjudicial para nosotros regularmente, sin esfuerzo alguno y sin necesidad siquiera de pensar en ello. Suena mal, ¿verdad? Como si fuera poco, además de la dificultad que conlleva eliminar un hábito, probablemente lo hagamos más veces de las que quisiéramos, y tal vez no nos demos ni cuenta.
Quién ostenta el título
Las características de los hábitos serán siempre las mismas, lo que cambia es su carácter, y esto dependerá del comportamiento. Es él quien ostenta el título. De él dependerá que aquello que nos pueda aportar un hábito sea o no beneficioso para nosotros. Lo dañino no está en el hábito en sí, sino en el comportamiento y, por tanto, en su consecuencia concreta. Dicho esto, si reemplazáramos el comportamiento dentro de la seguidilla de pasos que compone a un hábito, habremos cambiado el hábito. Pero eso ya es un tema para otra ocasión.
Si te interesa la posibilidad de aprender a a cambiar tus hábitos, te invitamos a asistir al taller que estamos preparando para el próximo 10 de febrero en Cepfami.
Macarena Tobías Martín
Hábitos, ¿grandes aliados o terribles enemigos?
Los hábitos pueden ser una cosa o la otra, nuestro mejor ayudante o nuestra mayor perdición. Lo que los hace geniales, es también lo que los hace terribles. Todo depende de quién ostente el título.