La mayoría de personas reaccionamos frente a los problemas con lo que tenemos a mano. Muchas veces, ni siquiera sabemos de dónde vienen las soluciones que encontramos porque si el problema se percibe como arreglado, nos puede más la sensación de felicidad. Esta forma de arreglar las cosas, casi como si se tratara de recetas mágicas, suele hacerse costumbre cuando enfrentamos los problemas siguientes y esto, paradójicamente, es un problema en sí mismo.
¿Por qué hacemos esto? ¿Por qué tenemos la tendencia de aplicar una misma solución, incluso cuando deja de dar resultado? La respuesta es sencilla: lo hacemos porque sabemos que ha funcionado alguna vez, no sabemos bien cómo, pero a lo mejor vuelve a hacerlo otra vez. Esto sucede, sobre todo, porque la percepción que tenemos de nuestros problemas responde solo a una parte de los mismos; la percepción o la idea que tenemos de ellos es solo la punta del iceberg y muchas veces, por lo que sea, somos incapaces de ver lo que está debajo. Y no, debajo no quiere decir que debamos hurgar en el pasado ni en nuestra infancia…está debajo porque simplemente no nos damos cuenta que lo está.
Es por esto que resulta tan fácil caer en un círculo vicioso alrededor de nuestros problemas, eternizando así estos intentos fallidos y actuando demasiadas veces como si estuviésemos con el piloto automático activado. Al hacerlo, otra vez sin darnos cuenta, hemos entrado en una espiral cada vez más difícil de controlar, agravada además por las quejas, por estar dándole vueltas sin parar y con la esperanza de que, de la noche a la mañana, algo pase y solucione las cosas. Como eso no ocurre, intentamos obligarnos a olvidar nuestras dificultades como si la hacerlo se arreglarán por sí solas.
En este punto, muchos estaremos de acuerdo que la espiral nos habrá llevado a generar una curiosa relación de amor y odio con nuestros problemas y con sus soluciones fallidas. ¿Qué debemos hacer entonces? La respuesta es obvia: ¡hacer algo diferente!
Sí, eso mismo: buscar en otros sitios, explorar nuevas relaciones, visitar otros lugares, ocupar espacios inéditos, hacer en definitiva algo diferente, sustancialmente diferente. No se trata de ponernos extremos buscando experiencias excesivamente riesgosas, algo que es un error frecuente también. Se trata de buscar una diferencia genuina, salida de ti mismo, de tu música interna, de una voz diferente que puede ser el comienzo de una bonita canción. Hacer lo mismo para tener resultados diferentes no funciona, por lo menos no para solucionar lo que quieres cambiar.
Salir y hacer, actuar, tener miedo en un principio, perderlo después y lograr un mínimo de cambio, ya es bastante. No olvidemos que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Para terminar dos frases del pensador Blaise Pascal que resumen una estrategia de lo diferente:
“Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas.”
“El corazón tiene razones que la razón ignora.”
J. Ramón Carrillo