La mayoría de nosotros vivimos el inicio de las vacaciones con ganas, ilusión y felicidad. No es de extrañar si tenemos en cuenta que las vacaciones nos permiten, entre otras cosas, romper con esa rutina en la que vivimos atrapados muchas veces. Nos permiten desconectar y desvincularnos del estrés que nos genera las exigencias de la sociedad durante unos días. Es la oportunidad perfecta para dedicar tiempo a uno mismo, a la pareja, a los amigos y a la familia. Por lo tanto, es un buen momento para hacer todo aquello que no tenemos tiempo de hacer durante el año.
De alguna forma podríamos considerar este tiempo como un alto en el camino, un paréntesis, un respiro merecido que nos permite coger fuerzas para poder afrontar con más energía las responsabilidades y obligaciones del día a día una vez las vacaciones hayan finalizado. Pero tener tanto tiempo libre también puede conllevar otro tipo de consecuencias.
Muchas parejas atribuyen sus problemas de relación a la falta de tiempo y al estrés por el trabajo. Viven con la fantasía que en verano, cuando la situación cambie, todo volverá a su cauce natural; pero no tiene por que ser así. De hecho, llama la atención que en septiembre, justo al finalizar el verano, es el momento del año en el que se producen más separaciones.
La lógica nos dice que una situación tan hedonista como son las vacaciones de verano, debería ser una gran oportunidad para fortalecer lazos y realizar todo aquello que no se puede hacer en otras épocas del año. Como contrapartida, tener tanto tiempo libre también nos permite reflexionar sobre nuestra vida y coger energía para tomar decisiones de cambio cuando la relación no funciona.
Tener vacaciones implica pasar más tiempo con la pareja y convivir más horas del día con esa persona. Precisamente es en la convivencia cuando aparecen más roces. Se crea el espacio y la situación ideal para que emerjan todos esos conflictos latentes o aquellos que no están resueltos. La falta de tiempo dificulta la comunicación; dificulta que podamos ir solucionando los pequeños conflictos dejando así que puedan derivar en un conflicto mucho más difícil de superar. Sin embargo, en las vacaciones, resulta más difícil evitar las discusiones ya que esta vez uno no se puede refugiar en las obligaciones y el agotamiento del día a día.
La independencia también es un ingrediente a tener en cuenta. El hecho de renunciar un poco a ella, puede repercutir, sobre todo, a parejas poco cohesionadas o no comprometidas. Afecta a esas parejas que no están involucradas con el entorno, sobre todo familiar, de la otra persona.
Con el fin de rebajar tensiones, es importante priorizar la familia que se ha creado sobre las familias de origen y la política. Y en caso que haya un consenso sobre la repartición de vacaciones, es imprescindible reservar siempre un espacio para estar en pareja.
Por último, durante las vacaciones debemos modificar y compartir nuestra rutina con la otra persona. Esto implica un ejercicio de escuchar las peticiones y apetencias del otro y adaptarse y flexibilizarse para que ambos miembros se sientan satisfechos. Que un miembro de la pareja siempre se salga con la suya y no escuche los deseos del otro, puede conllevar malestar.
Las vacaciones son un momento del año en el que nuestra vida cambia y en el que debemos atender y adaptarnos a las necesidades del otro, aunque no siempre resulte fácil. Debemos partir de la idea de que las vacaciones no son la solución a todos los conflictos de pareja. Para ello es necesario dedicar tiempo a la otra persona y comunicarnos de forma adecuada a diario; hecho que implica escuchar y hablar. Es fundamental en estos casos el uso de la empatía, la asertividad y las negociaciones que conlleven beneficios para ambos y una equidad en la relación.
Ariadna Refusta

¿Por qué se producen más separaciones de pareja al terminar el verano?
Llama la atención que en septiembre, justo al finalizar el verano, es el momento del año en el que se producen más separaciones.