La resiliencia se podría definir como la capacidad de superar las dificultades y sobreponerse a experiencias dolorosas. Se trata de un proceso, y como tal, es dinámico y se va construyendo a través de vivencias, reflexiones, aprendizajes, etc. No parece algo extraordinario, cualquiera puede sentir que ha sido resiliente en diferentes situaciones de la vida, con mayor o menor éxito. Es algo que pertenece a cada persona, es por tanto una posibilidad.
Sin embargo, en ocasiones, tienen lugar situaciones y experiencias que uno no siente que pueda asumir y continuar con la propia vida de manera aceptable. Pueden ser situaciones explícitas, que se pueden nombrar o señalar como por ejemplo una pérdida, una ruptura; o también pueden ser cosas más sutiles, o más difíciles de comunicar. A veces ocurren tragedias inesperadas que son desgarradoras; a veces alguien infringe daño, violencia o se han pasado momentos difíciles desde lo emocional, o desde la propia supervivencia o seguridad. El resultado parece ser una herida, daño, angustia, algo que que no acaba de sanar.
Hay muchos tipos de heridas como tipos hay de experiencias. Heridas en el cuerpo, en el espíritu, en el alma, en la psique. La herida se adapta a los lenguajes y la creencias, a las experiencias personales, y también están las colectivas (por ejemplo, las generadas en una guerra). Existe en cada uno, al menos, una herida más o menos secreta, más o menos presente. Algunas son muy dolorosas y difíciles, algunas son compartidas y algunas parece que nunca encontrarán justicia. Algunas evocan tal horror que paraliza siquiera recordarlas, al punto que incluso a veces parece que el cuerpo se hace eco de este dolor.
Pocas cosas parecen tener la capacidad de movilizar y mostrar más de uno mismo que las propias heridas, las que nacen de experiencias. En este proceso, la persona ha de hacerse cargo. Pero ¿cómo hacerlo, si ni siquiera se siente capaz de hablar? Cuando se nombran las cosas, se hacen presentes. Hacerlas presentes significa estar próximos a sentimientos negativos que se suelen evitar o rechazar, como culpa, vergüenza, angustia. Significa detenerse y tolerarse, aprender a escucharse a uno mismo, a nombrar las emociones pesadas. Puede paralizar el miedo, o las emociones son tan intensamente angustiosas o terroríficas que no parece posible confrontar de manera directa.
Ocurre así en la aventura de Perseo y la Medusa, como relata el mito(*): si miras a los ojos a la criatura, quedarás petrificado. ¿Qué hacer cuando no es posible, emocional o psicológicamente, hablar directamente de lo que angustia? ¿Cómo llegar a ella sin quedar petrificado/a? La misma historia sugiere la opción de utilizar una manera indirecta mirando a través de la imagen del escudo. Parece una solución bastante creativa de acercarse al monstruo, pero hay que tener en cuenta que es más difícil entender los movimientos desde el reflejo, generalmente no se está acostumbrado y requiere cierto cuidado: es necesario aprender estrategias distintas a las habituales.
Efectivamente, hay ciertas cosas que uno siente demasiado horribles para mirarlas de frente. Aparece el miedo, incluso el pánico, y puede uno sentirse paralizado, o que no podrá soportarlo. A veces se tratan de situaciones evidentes, y a veces son sentimientos más enterrados. Tampoco en la situación que relata la aventura parece una buena idea el confrontar a la Gorgona directamente, ya que el héroe quedaría petrificado. La estrategia del escudo sugiere que puede haber otra manera aproximación. Tal vez en otro lenguaje menos explícito, más simbólico, o que puede ser expresado “más cómodamente” en otro formato. Parece una manera menos directa, y desde otro punto de vista; no solo eso, sino que se trata de un método bastante astuto y creativo, que devuelve el reflejo de aquello que no se puede mirar directamente. En cualquier caso, permite aproximarse a la emoción difícil, a lo que da miedo.
La capacidad de resiliencia parece estar unida a la parte más creativa de las personas, hay una participación directa y activa en la elaboración del proceso, uno mismo es protagonista. Sin duda, hay que “inventar” (en parte) la manera de superar aquello que se percibe como inmenso, con más poder que uno mismo, monstruoso incluso, y cuando lo habitual no funciona. Desde el punto de vista terapéutico, se puede rescatar este aspecto creativo como un elemento clave en el proceso, y cada persona suele expresarlo de manera más o menos espontánea en algún área: quizá le guste la música y/o le interese tocar un instrumento, o ya lo hace; quizá pintar, o tallar madera, o tejer, o modelar arcilla...o quizá bailar, o siempre quiso hacer teatro, o le guste la poesía, o quizá podría gustarle.. Quizá cultive plantas, o le guste construir maquetas, o aviones teledirigidos… cocinar o programar software. Siguiendo esta línea, todos estos elementos -y muchos otros- pueden ser aproximaciones indirectas que ayuden a conectar con emociones difíciles, a conducir el sentido de la herida, de la angustia. Pueden ser instrumentos de resiliencia útiles que ayuden a la integración, y además implican elementos genuinos expresivos de cada persona, y la posibilidad de construcción de algún tipo de sentido.
Para finalizar la aventura -a modo de inspiración- Perseo logra aproximarse y le corta la cabeza a la Medusa. Del cuerpo del monstruo emerge Pegaso, el caballo alado y el héroe Crisaor. No deja de ser una bella imagen del potencial de transformación que lleva en sí en el desenlace de este conflicto. Puede sugerir que la propia herida lleva en sí misma la semilla de su transformación. No es posible cambiar las experiencias pasadas, pero quizá si tenemos la valentía -es una tarea heroica, al fin y al cabo- de tratar de entender cómo vivir con ellas, podamos darles algún futuro como experiencia valiosa.
María Vidal-Ribas Reboreda *Apolodoro (2016) Biblioteca Mitológica; Libro II, 33-34 (pp. 102-103) Madrid: Alianza Editorial
María Vidal-Ribas Reboreda *Apolodoro (2016) Biblioteca Mitológica; Libro II, 33-34 (pp. 102-103) Madrid: Alianza Editorial