Todos sabemos que cada pareja es un mundo particular, cada una es el resultado de este cruce de emociones, pensamientos y acciones que nos hacen lo que somos. Sin duda, una pareja puede resumir toda la complejidad humana, en su concepción más amplia y en continua transformación.
Cuando escogemos a la pareja, elegimos a la persona que formará parte de un proyecto en común, cualquiera que este sea. Es por esto que no hay una manera única de llamarlo ni de definirlo, es un proyecto a secas. Lo que esto implica es una serie de negociaciones que ponen sobre la mesa gestos, posturas y maneras sobre dar y recibir. Lo que pretendemos, idealmente, es encontrar el complemento en el otro y recibir más o menos lo que damos; según lo que consideremos justo. Buscamos por tanto la complementariedad sana con el otro.
No obstante, no debemos olvidar que hay un acto voluntario de cara a escoger nuestra pareja, lo que necesariamente plantea un dilema entre las elecciones que podemos hacer. Para esto, todos recurrimos a fórmulas personales para hacer estas elecciones, las cuales comparten un ingrediente que es aunque es básico, es también muy difícil de mantener: la confianza.
Pero, ¿por qué esto tiene que ser así? Porque la confianza puede traducirse como la necesidad de tener la certeza de que las cosas entre la pareja sucedan siempre como esperaríamos que sucedan, casi de manera garantizada. ¿Suena a contrato, verdad? Aunque no queramos quitar el romanticismo que nos gusta, es por que en realidad se trata de un contrato, lo que significa que en algún momento es necesario plantear y negociar unas cláusulas de acuerdo para la pareja. Y esto no es siempre fácil porque requiere de otro ingrediente clave: la negociación.
La negociación consiste en determinar cuánto puedo ceder mientras espero algo de compensación por mi esfuerzo y viceversa, algo que cada persona entenderá y juzgará estrictamente a su manera, algo que se explica a partir del sistema de creencias o de valores que tiene cada individuo. Estos son elementos que básicamente hemos ido construyendo desde que somos pequeños, con particular atención durante nuestra infancia y muy influenciados por nuestro entorno familiar. Así que para saber cómo escribir una cláusula en el contrato de pareja, tendría que saber bien cuáles son mis valores y mis creencias para poder ponerlas sobre la mesa. De lo contrario, estaríamos en una negociación basada en incertidumbres o inseguridades, lo cual evidentemente hará más difícil pedir lo que necesitas y saber lo que puedes ofrecer al otro.
El que la pareja sea capaz de llevar a cabo, simbólicamente o no, esta negociación, determinará muchas cosas, algunas tan elementales como entender por qué para ti es tan importante que algunas cosas se hagan de cierta manera o por qué tu pareja le da tanto valor a otras. En este punto es necesario reflexionar sobre lo que tenemos a mano para ofrecer a nuestra pareja, pero también lo que esta persona nos puede dar. Los puntos de acuerdo representan aquello que conocemos como compatibilidad. Sin este puente emocional, es muy difícil que la pareja prospere ya que hay cosas que se pueden cambiar pero también hay muchas otras que no.
Es por esto que no nos gusta la idea de una media naranja. Una pareja está formada por dos individuos, cada uno con su propia historia y recorrido de vida. Son personas enteras, no mitades. Seres completos que necesitan complementarse desde una negociación para sacar adelante el proyecto en común que supone estar juntos, son en realidad dos naranjas que deben estar dispuestas a dar el mejor zumo posible.
J. Ramón Carrillo
Tu media naranja no existe. Lo que hay, son dos enteras haciendo buen zumo.
Los puntos de acuerdo es aquello que conocemos como compatibilidad. Sin este puente emocional, es muy difícil que la pareja prospere ya que hay cosas que se pueden cambiar pero también hay muchas otras que no.